En el mundo del arte contemporáneo, tan saturado a veces de obras de dudoso valor, resulta cada vez más difícil ser original e innovador. Sin embargo, aún hay artistas que logran crear su particular medio de expresión, una vía no explorada por nadie que se convierte en su seña de identidad. Es el caso del estadounidense Stephen Knapp (1947, Worcester, Massachusetts).
Aunque comenzó su carrera artística como fotógrafo, pronto se vio atrapado por las posibilidades que ofrecían el tratamiento de la luz y las obras de gran formato. A lo largo de más de treinta años, su trabajo ha ido evolucionando hasta derivar en unas instalaciones cromáticas espectaculares, que él mismo denomina «lightpaintings» o pinturas de luz.
Armado solamente con fuentes de luz halógena y vidrios dicroicos, Knapp consigue lanzar multitud de colores hacia las paredes y el interior de las salas de exposición. Los diseños no están esbozados de antemano ni utiliza ningún tipo de programación previa por ordenador, sino que son fruto únicamente de su intuición y su experiencia.
Estos intrincados rayos se concentran, chocan, giran o se desvanecen a lo largo de todo el espacio, mezclándose con una potencia impresionante en una especie de explosión inocua de tonalidades. El resultado es un híbrido inmaterial entre pintura y escultura con matices arquitectónicos.
A pesar de estar generadas con objetos físicos, son en realidad ilusiones que impactan al espectador. Unas configuraciones complejas que atraviesan las dimensiones de las obras al uso para romper nuestra percepción.
Knapp maneja sabiamente las propiedades ópticas de unos materiales sencillos a fin de conseguir diversas sensaciones. Así, las capas metálicas que recubren algunos de los vidrios reflejan o refractan el color, generando efectos de saturación o de mezcla a su antojo.
Sin embargo, este elegante virtuosismo es fruto de toda una vida dedicada al arte. El creador estadounidense aprovecha aquí sus conocimientos en campos tan diversos como la cerámica, el esmalte, los mosaicos o el trabajo de la piedra y el metal. Un mundo de texturas diversas que varían siempre con la incidencia de la luz.
En estas pinturas luminosas, la fría lógica de la física se ve transformada en cuadros abstractos llenos de dinamismo que nos atrapan de inmediato. El ambiente sombrío de la sala de exposición -necesario para apreciar los colores- sublima aún más toda la fuerza expresiva de cada pieza.
Según el propio Knapp, «el hecho de que lo que creo solo pueda materializarse con luz, de que no haya nada pintado en las paredes, no deja de asombrar a la gente. Lo que trato de conseguir aquí es sobre todo desafiar cualquier noción tradicional de percepción. ¿Qué es? ¿Es real? ¿No lo es? ¿Acaso importa?».
Imágenes vía Stephen Knapp