Junto con el museo y el aeropuerto, el estadio es quizá la otra gran tipología común a todas las grandes ciudades contemporáneas del mundo. Todas las ciudades tienen al menos un estadio-insignia, pues sabido es que el reclamo del deporte como espectáculo de masas se ha convertido, gracias a la enorme influencia de los medios de comunicación y redes sociales, en uno de los mayores escaparates urbanos.
Los estadios son hoy templos dedicados al culto de ídolos deportivos, iconos espaciales sacralizados que van mucho más allá del mero ocio y que operan, a su vez, como inmensos imanes para la industria mediática, publicitaria y turística.
Y al igual que con los museos o los aeropuertos, hay estadios mejores que otros. Así lo ilustra el Estadio Nacional Mané Garrincha en Brasilia, que sustituye al antiguo estadio de ese mismo nombre, demolido en el 2010, y que ahora incorpora instalaciones de máximo nivel internacional, tales como las que exigía el Campeonato del Mundo de Fútbol de Brasil de 2014, para el que fuera originalmente concebido. Dedicado a una de las mayores glorias del fútbol brasileño, el estadio actual es obra de los arquitectos brasileños Castro Mello y de los alemanes gmp Architekten.
El edificio está diseñado para un aforo de 72.000 espectadores, pero también (y esto es una característica cada vez más presente en el diseño de estadios) está perfectamente acondicionado para organizar conciertos, espectáculos, eventos de gran afluencia o conferencias de menor escala.
Como cabría esperar, la situación del estadio en una ciudad tan icónica como Brasilia tiene todo que ver con su imponente estética. Se funden en él los aspectos más señeros de la arquitectura modernista de Oscar Niemeyer, la enorme escala, la limpieza de sus líneas y volúmenes, la expresividad del hormigón en rampas, puentes, esbeltas columnas y amplias cubiertas en voladizo creando grandes zonas sombreadas en el exterior, y la audacia de abarcar un gran volumen en un solo gesto arquitectónico.
Y como se trata, al fin y al cabo, de templos y de ídolos, se hace inevitable aquí la analogía con el templo griego. En concreto, la composición del estadio evoca, literalmente, un tholos gigante, con su peristilo circular y un inmenso bosque de tres filas de columnas que hacen perfectamente legible el edificio desde la enorme explanada circundante. Y al igual que la sepultura del tholos, el terreno de juego está excavado en el solar, muy por debajo de la cota de acceso, lo cual reduce considerablemente la altura aparente del complejo. Después de todo, el tholos, no se olvide, era un monumento funerario. ¿Podría haber aquí alguna ironía?