El 12 de mayo de 2008, un terremoto de magnitud 7,8 sacudió la provincia china de Sichuan, cobrándose la vida de casi 90.000 personas. El seísmo –el segundo más mortífero de la historia del país– tuvo su epicentro en la región de Wenchuan y se considera uno de los peores jamás registrados en términos de víctimas.
Para rendir homenaje a todas ellas, el gobierno chino encargó la construcción de un museo conmemorativo a la facultad de arquitectura de la Universidad Tongji, en Shanghái. El edificio se levantaría en la ciudad de Beichuan, la más castigada por esta tragedia.
Tras barajar treinta y seis propuestas en un concurso de ideas interno, se seleccionaron cinco finalistas, resultando ganador el proyecto de Cai Yongjie. Su diseño imita un paisaje fracturado donde las grietas son los caminos de acceso a varios edificios subterráneos. Las sobrias cubiertas vegetales hacen aún más impactante la imagen del museo, al tiempo que potencian la sensación de vacío, de ausencia.
Como en muchas zonas de la región, el terremoto arrasó la escuela local cuando alumnos y profesores llenaban las aulas. Y fue precisamente ese el lugar elegido para construir el memorial. A pesar de que la administración china ordenó eliminar por completo todas las ruinas, Yongjie logró conservar el único edificio que quedó en pie integrándolo en el subsuelo. También mantuvo las gradas del antiguo campo de deportes, transformado ahora en un recinto especial para el recogimiento y la evocación.
No obstante, lo que inclinó la balanza a su favor fue la potencia expresiva de la propuesta: 14 hectáreas de terreno sobreelevado que se resquebraja y deja una huella indeleble en el entorno, tanto humano como natural.
Las grietas pasan a ser caminos para el visitante, impactado por unos muros de acero Corten que se inclinan de forma amenazadora. Su característico tono rojizo anaranjado contrasta vivamente con el verdor de las praderas artificiales y el bosque.