Hay arquitectura que entiende que los edificios no siempre son protagonistas; a veces, el diseño se retira para dar paso al paisaje, a la luz o al silencio. Es en ese diálogo donde los dos pabellones diseñados por Carmody Groarke cobran vida: un refugio que invita a contemplar el tiempo y el espacio desde una perspectiva contenida.
Ubicados en un rincón boscoso del Reino Unido, estos pabellones destacan por su humildad material y su capacidad de resonar con el entorno. El encargo surgió como una necesidad doble: por un lado, crear un espacio para habitar; por otro, un lugar que funcionara como estudio para el trabajo creativo. La respuesta del estudio londinense fue sencilla pero cargada de intención: dos volúmenes independientes que, aunque funcionalmente distintos, comparten un lenguaje común.
Lo primero que llama la atención de su arquitectura es la elección de los materiales. Con una estructura de madera laminada expuesta, envuelta en un revestimiento de aluminio anodizado, los pabellones se integran y reflejan el paisaje a su alrededor. Durante el día, las superficies espejean los cambios de luz y color del bosque, mimetizándose con el entorno. Por la noche, las ventanas enmarcan fragmentos del exterior como cuadros vivos.
Entre los edificios se crea un espacio intermedio, un patio que funciona como punto de encuentro, pero también como un respiro visual. Este vacío deliberado invita a los usuarios a moverse entre los pabellones y el entorno con naturalidad, borrando los límites entre lo construido y lo salvaje. En lugar de una relación jerárquica, lo construido y lo natural conviven como iguales.
Por dentro, el diseño interior es austero pero cálido, con madera expuesta en contraposición con la frialdad metálica. Aquí, las líneas son limpias, los detalles mínimos. Los espacios parecen diseñados para reducir el ruido visual y dar protagonismo a la actividad que albergan: trabajar, crear, descansar. Esta neutralidad permite que los usuarios adapten el lugar a sus necesidades sin perder de vista la conexión con el entorno exterior.
El proyecto de Carmody Groarke no es solo un ejemplo de arquitectura bien ejecutada, sino también un recordatorio de cómo los edificios pueden hablar con el paisaje en lugar de imponerse sobre él. Los dos pabellones nos invitan a cuestionar nuestra relación con el espacio y la naturaleza, proponiendo una arquitectura que sirve, escucha y complementa. En su aparente sencillez, esta obra se convierte en un refugio para quienes buscan habitar el presente con serenidad.
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