Cuando pensamos en explosiones coloristas alrededor del mundo, siempre nos vienen a la cabeza fiestas como el Holi hindú, que cada primavera inunda el cielo (y el cuerpo de los asistentes) de tonalidades brillantes. Sin embargo, existen otras celebraciones similares que pasan más desapercibidas en el mundo occidental como, por ejemplo, los festivales de fuegos artificiales de Japón.
Cada verano se inicia en el país asiático la temporada de los «hanabi» (palabra que se escribe en japonés combinando los caracteres de flor y fuego). Durante los meses de julio y agosto es posible asistir a cientos de festivales de fuegos artificiales («hanabi taikai»), una tradición que se remonta a principios del siglo XVIII, cuando su principal finalidad era alejar a los malos espíritus.
Estos espectáculos tienen poco que ver con la pirotecnia tradicional europea, ya que los especialistas nipones centran su atención en crear enormes composiciones en el aire donde se cuidan al máximo los detalles, como el juego de formas y proporciones o la combinación de colores. El resultado es impresionante, por lo que no es de extrañar que convoquen a miles de espectadores cada año.
Los que nunca hemos asistido a uno de estos eventos japoneses podemos hacernos una idea de su esplendor a través de las instantáneas del fotógrafo local Keisuke. Aunque solo tiene 26 años, ya ha recibido muchos premios por su trabajo con los paisajes y cuenta con casi 50.000 seguidores en Instagram.
Jugando con el tiempo de exposición y los encuadres obtiene fotografías realmente espectaculares, que reflejan de maravilla ese despliegue vibrante de luz y color sobre el cielo nocturno. Los dibujos originados en las sucesivas explosiones aparecen superpuestos, lo que produce unas imágenes de gran belleza. De este modo, nos ofrece una visión de conjunto, imposible de apreciar de otra forma.
Sus fotos hacen honor a la etimología de la palabra «hanabi», ya que nos muestran auténticas flores de fuego, efímeras y admirables, que toman durante unos segundos escenarios naturales como el río Sumida o la playa de Yuigahama. Aquí, el reflejo del agua duplica la vistosidad de los cohetes, así que ¿qué más se puede pedir?