Nacido en Mieres (Asturias), aunque afincado en Madrid, el joven arquitecto Guillermo Santos (@guillermosantosg) utiliza la cámara para dar rienda suelta a sus inquietudes artísticas. Como fotógrafo autodidacta, su trabajo explora las posibilidades del color, la luz, la geometría y hasta las texturas de distintos lugares para entender cómo la sociedad imagina y construye su entorno.

Santos toma instantáneas no solo en sus viajes, sino también en sus paseos cotidianos, donde cualquier rincón sin lustre aparente –un simple muro de contención en una escombrera, por ejemplo– puede convertirse en fuente de inspiración para el ojo entrenado.

Como decía André Kertész, a la hora de capturar instantes ver no es suficiente, hay que sentir lo que uno está fotografiando. Al igual que el maestro húngaro, Santos proyecta cierta mirada poética en sus imágenes. Y se sirve para ello de su profesión, con una estética abstracta que define cada lugar mostrando ese ángulo especial de los detalles comunes, una perspectiva o un encuadre sutil capaz de evocar lo inesperado.

De este modo, ha ido consolidando un único proyecto, continuado en el tiempo. Guiado por la intuición y el talento, nos ofrece un paseo por las emociones a través de una paleta arquitectónica de lo más ecléctica, desde el clasicismo hasta las últimas tendencias.

Sin embargo, el asturiano no es un fotógrafo de arquitectura al uso, así que no se limita a plasmar interiores o edificios. Su campo de acción se extiende a obras menos habituales, como las instalaciones industriales. Quizá sea aquí, paradójicamente, donde su lectura de la realidad sea más sugerente. Unos enormes depósitos de gas que parecen sacados de otro mundo para pintar la soledad, o su serie «Paraíso industrial», en la que máquinas inmensas son las dueñas absolutas del territorio.

Su técnica, a medio camino entre el fotoperiodismo y el arte, rastrea la belleza hasta sacarla a la luz. Así, los vivos colores mexicanos rivalizan con el skyline neoyorquino o un plácido atardecer en el muelle de Santa Mónica. En palabras de Vitruvio, la firmitas y la utilitas se alían al otro lado de la cámara para fraguar una venustas notable. Unos principios clásicos que siempre funcionan.

 

 

 

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