Popularizada en Occidente por Marco Polo, la Ruta de la seda conectaba China con Europa y África, atravesando Mongolia, Persia, Arabia y Turquía. Un camino comercial de miles de kilómetros para vender el preciado tejido –cuya elaboración era un secreto bien guardado por los chinos– y muchos otros productos, como piedras preciosas, porcelana o especias.
Aunque este nexo entre culturas finalizara su actividad hace siglos, hoy vuelve a ser noticia. Como parte de su expansión económica, un ambicioso proyecto del gobierno chino pretende resucitar este símbolo histórico para revitalizar el comercio terrestre en diversas regiones de Asia.
Para documentar los paisajes por los que discurre la bautizada como Nueva Ruta de la seda, el fotógrafo belga Yuri Andries viajó a lo largo de varios tramos de la ruta, que conectará por tren el oeste del gigante asiático con Kazajistán y Rusia. Un ambicioso plan a la medida de la megalomanía que lo impulsa.
En su serie de instantáneas nos muestra perfectamente la dificultad de abrir vías de comunicación a través de un territorio tan montañoso, así como la sensación inmensa de vacío y de pequeñez del ser humano que nos transmiten esos paisajes áridos y colosales. Las piedras rojizas y una atmósfera densa, a modo de neblina irreal, nos harían pensar en un paisaje marciano de no ser por las edificaciones aisladas o las figuras diminutas que aparecen en el horizonte.
La montaña desafía el camino mostrando un perfil rotundo de cumbres y recovecos, que el tesón chino utiliza como resquicio a la hora de tender sus calzadas del siglo XXI. Ningún pico es inexpugnable para esta audaz infraestructura, y si lo es, se atraviesa con túneles.
El viaje de Andries no es tan largo como el del comerciante veneciano, pero le sirve para reflejar con su cámara la diversidad de credos, ideologías y espiritualidades que conviven en la región. Su recorrido abarca desde Lanzhou, capital de la provincia de Gansu, hasta las grutas budistas de Dunhuang, un trayecto de más de 1.000 kilómetros.
Se puede ver la enorme curiosidad que despierta esta nueva vía de comunicación, trufada de cámaras de vigilancia (hasta en rocas artificiales) y emulaciones de la grandiosidad de otras épocas: superautopistas desiertas y vecindarios sobredimensionados –de momento, vacíos– junto a reproducciones de buen tamaño de la Esfinge o el Panteón. La nueva China en estado puro.
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